Para celebrar mi cumpleaños: un dulce cuento
julio 19, 2013
Sí, es mi cumpleaños. Y para celebrarlo os traigo una deliciosa receta de macarons de frambuesa. ¡Están deliciosos! Pero no solo eso: con esta entrada participo en un concurso organizado por Pirex. ¡A ver si hay suerte!
El concurso consiste en contar un cuento de hadas introduciendo la receta dentro del cuento. Voy a intentarlo. Hace mucho que no escribo, pero siempre ha sido algo que me ha encantado. He estudiado Comunicación Audiovisual y la escritura de guiones siempre me han encantado. No es lo mismo esta vez, pero voy a ello...
"Desde que era muy, muy pequeño había sentido curiosidad por conocer las cocinas de palacio. Estaba acostumbrado a desayunar esos deliciosos dulces de avellana, las montañas de tortitas con siropes de miles de sabores y los bollos más jugosos de todo el reino. Sabía que algo tan maravilloso solo podía proceder de un lugar mágico, muy especial.
Nadie que no estuviese autorizado por el ama de llaves podía visitar la cocina. Era una de las únicas estancias del palacio que nunca había visto. El enorme secretismo que rodeaba a la sala de fogones fue lo que me llevó aquel día a querer descubrir qué se escondía detrás de esas macizas puertas de metal.
Llevaba tardes enteras preparando la visita. Aquel día teníamos visita de un rico terrateniente inglés. Un "cazafortunas", así lo llamaba mi padre. Aprovecharía el cambio de turno de la guardia real para acercarme con sigilo hasta las puertas y esperaría a que saliesen las copiosas bandejas de la hora del té hacia el gran salón para colarme por la puerta. Cada minuto estaba más que estudiado. Nada podía salir mal. ¿Nada?
Conseguí llegar hasta las puertas sin problemas. Pasaban los minutos y de allí no salía nadie. ¡Nadie! De repente, sin esperarlo, se comenzó a oír el pesado mecanismo de las puertas al abrirse. No podía aguantar. ¡¿Qué había detrás de esas misteriosas puertas que con tanto ahínco y seguridad se guardaba?! Poco a poco se abrió la puerta y salieron tres camareros con las bandejas para el té. Me apresuré a colarme por la apertura de la puerta, cerciorándome de que nadie me seguía. Cuando estaba totalmente seguro me di la vuelta y no podía creerme lo que ahí había...
Decenas de hadas iban volando de un lado al otro de la cocina con ligeros movimientos de varita con los que movían las decenas de piezas de cubertería y vajilla por toda la cocina. A su vez, cientos de pequeños duendecillos se encargaban de la preparación de todas las recetas que de ahí salían a nuestros platos. La cocina era un jaleo, un ajetreo de piezas volando y seres preparando todo para que las bandejas salieran repletas de deliciosos manjares con las que sorprender a nuestros huéspedes.
¿Cómo no podía conocer aquel lugar tan mágico? ¿Cómo había podido estar tanto tiempo sin saber qué había bajo mis pies, quiénes eran los responsables de todas las delicias con las que llenaba mi estómago todos los días? Todo eso daba igual, tenía que descubrir más cosas sobre aquel mágico lugar.
De repente, uno de los duendes me vio. Un agudo pitido salió de su boquita y acto seguido todos dejaron de trabajar para mirarme. Nunca me había sentido tan fuera de lugar en mi propia casa. Una de las hadas, la que parecía llevar la voz cantante se acercó moviendo sus alas a una gran velocidad. No sabía qué hacer.
- ¿Qué hace su majestad en la cocina? - preguntó amablemente, casi con miedo, el hada.
- Sentía una gran curiosidad por conocer las cocinas. Lo que no me imaginaba era lo que me iba a encontrar - dije mientras miraba a mi alrededor.
- ¿Curiosidad? Sería la última respuesta que me imaginaba obtener, majestad.
- ¿Por qué lo dice?
- Nunca hemos recibido una visita de los de arriba. Nunca. Y nadie ha sentido "curiosidad" por nuestro trabajo.
- Pero, ¿y los camareros?
- Los camareros somos nosotros. Atento...
En ese momento agitó la varita y uno de los duendecillos se convirtió en un elegante y disciplinado camarero. No me lo podía creer. Mi cara debía ser un poema: todos comenzaron a reírse.
- Parece sorprendido, majestad.
- Ciertamente, lo estoy.
- Tranquilo, le acompañare y le mostraré nuestras cocinas. Los demás, sigan trabajando, ¡tenemos una cena que servir!
En menos de un segundo todo el mundo se puso manos a la obra. Varias hadas amasaban las bases de las tartaletas de frambuesas que tanto me gustaban, algunos duendes preparaban el delicioso pudding que se serviría esta noche mientras otras hadas preparaban unos deliciosos dulces con olor a frambuesa.
- No he probado nunca uno de esos.
- Se trata de una receta nueva - me aseguró el hada que los hacía. - Puede probarlos si quiere.
No dudé en hacerlo. ¡Qué maravilla! Nunca había probado algo así. Quise probar otro, pero el hada me miró con tal cara de enfado que decidí no tentar a la suerte. Vi como seguía los pasos de una receta delicadamente escrita en un fragmento de papel que colgaba en una de las paredes.
Ingredientes
- 3 claras de huevos XL
- 110 gr de almendra molida (yo compré la de Vainhé)
- 40 gr de azúcar blanco
- 1 cucharadita de frambuesa en pasta
- 200 gr de azúcar glacé
- Cacao en polvo sin azúcar para espolvorear
- 100 gr de mantequilla
- 100 gr de azúcar glacé
- 1 cucharadita de frambuesa en pasta
Cómo se hace
- Tamizamos bien el azúcar glacé. Añadimos la almendra tamizada. Lo mezclamos bien con la varita.
- Tamizamos todo junto dos o tres veces más. Cuanto más tamizado este, mejor, tiene que parecer auténtico polvo de hada.
- Batimos las claras a punto de nieve, hasta que parezcan nubes.
- Cuando estén montadas añadimos el azúcar y batimos hasta que esté brillante, muy brillante.
- Añadimos la frambuesa en pasta. Batimos bien.
- Añadimos el colorante con un palillo y batimos bien para que se tiña la mezcla.
- Ahora llega la parte más difícil: añadimos la mezcla de azúcar y almendra y vamos incorporándola con una varita con movimientos suaves, envolventes y lentos. Sin prisa. Si lo hacemos rápido se bajarán las claras.
- Cuando lo tenemos todo bien mezclado, podemos formar ya los macarons. En un papel de horno dibujamos con un rotulador círculos del mismo tamaño. Con estas guías nos saldrán todos iguales.
- Damos la vuelta a la hoja de papel de horno y la colocamos en una bandeja. Llenamos una manga pastelera con una boquilla redonda grande. Colocamos la manga en vertical a la bandeja, en el centro de uno de los círculos que hemos dibujado, y presionamos para que salga la masa y se vaya expandiendo por la marca que hemos hecho. Intentaremos que no llegue hasta el borde dibujado, para que si aumenta de tamaño no se nos una a otros macarons.
- Y ahora: PACIENCIA, el peor enemigo de los duendes. Hay que esperar hasta que estén secos, hasta que al tocarlos con el dedo no estén pringosos ni nos dejen huella. Puede tardar de 45 minutos a 4 horas, depende del clima, humedad... A mí me costó poco, estamos en verano, una hora y diez minutos, más o menos.
- Cuando están secos precalentamos el horno a 150ºC con calor arriba y abajo.
- Metemos la bandeja a altura baja y los horneamos durante 15-20 minutos. El famoso "pie" les suele salir a partir del minuto cinco.
- Sacamos del horno y dejamos enfriar sobre la bandeja.
- Ya solo queda rellenarlos, yo he utilizado un buttercream de chocolate.
- Para el buttercream, he mezclado bien la mantequilla a temperatura ambiente con el azúcar glacé tamizado. Cuando la mezcla se ha integrado, añadimos la frambuesa en pasta y seguimos batiendo hasta que el buttercream adquiere la textura de un helado.
- Los he decorado con una manga pastelera con boquilla circular.
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El hada vio cómo leía la receta, pero no hizo nada para pararme. Alzó el vuelo, cogió el trozo de papel y me lo tendió.
- Ya me la sé de memoria.
- Muchísimas gracias.
Me hacía mucha ilusión. No es que fuera a hacer ese dulce algún día, pero sería la prueba de que todo lo que estaba viendo era real.
Acabé el tour y el hada me apremió para que subiese arriba: era casi la hora de cenar y tenía que cambiarme. Le prometí que volvería a bajar más veces y todos se vieron encantados.
Subí todo lo rápido que pude por las escaleras. Seguía sin creerme que algo así existiera en mi palacio, en el lugar donde había crecido. Estaba pensando en tantas cosas que, sin querer, pisé mal un escalón y caí de bruces contra la escalera, perdiendo el conocimiento.
Desperté al rato en la cama de mi habitación. No recordaba bien cómo había llegado pero una de las doncellas estaba preparando la ropa de la cena de la noche. Busqué el papel con la receta, pero llevaba puesto el pantalón de uno de mis pijamas. Me levanté rápidamente de la cama y busqué mi pantalón. No lo encontraba. Pregunté a la doncella y me aseguró que estaba en la lavandería. Ahí estaba la prueba. ¿Y si todo había sido una alucinación?
Bajé a cenar cabizbajo. Me pasé toda la cena sin cruzar palabra con ninguno de los huéspedes, pero todo cambió a la hora del postre. Los camareros se acercaron y, al levantar las tapas de las bandejas, ahí estaban. Los deliciosos dulces de frambuesa. Miré al camarero que tenía enfrente y me guiñó el ojo. Todo había sido real. La cocina mágica existía. En mi cabeza ya se estaba formando el plan para visitarla de nuevo."
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